La
telenovela colombiana y su papel en la construcción de imaginarios sociales
La telenovela
surge como relato melodramático que recrea la realidad, en búsqueda de patrones
de representación y reconocimiento, de parte de quienes la ven.
“Así como el neorrealismo italiano y la nueva
ola francesa representaron en el cine la realidad de la Europa de los años
cuarenta y sesenta, del mismo modo el melodrama rescató la realidad
latinoamericana para llevarla al cine de las décadas del treinta y cuarenta y,
más tarde, a la televisión, durante los años cincuenta. Este es un fenómeno al
que Peter Brooks llamó «el drama del reconocimiento» (Martín-Barbero &
Muñoz, 1992) que, aparte del melodrama, se ha destacado en muchas de las
expresiones artísticas que toman como referencia la realidad. La búsqueda de
reconocimiento es lo que acerca al gran público de la telenovela a sus
historias y sus personajes.”[1]
Las
telenovelas colombianas se constituyeron como relatos de corte melodramático,
que rastrearon en la literatura latinoamericana y colombiana, así como, en la
biografía de personajes históricos propios, lecturas de la realidad, que dieran
cuenta de una idea de lo latinoamericano y de lo colombiano, entre estas
primeras producciones encontramos: Alondra
(1964) que habla de la historia de Policarpa Salavarrieta, La Mala Hora
(1976), La
Tía Julia y el escribidor (1981), basada en la obra de Mario
Vargas Llosa, basada en la obra de García Márquez, El Cristo de espaldas, basada en la obra de Caballero Calderón; posteriormente, para el periodo de
1984 a 1994 se construyen historias propias, de corte costumbrista,
que dieron cuenta de la particularidad cultural y económica de las regiones y
que funcionan como una carta de presentación de las mismas ante las otras. Por
ejemplo: Gallito Ramírez
1986,
San Tropel 1988, Caballo
Viejo 1988, Azúcar,
La casa de las dos palmas, Quieta Margarita, Café, La potra zaina 1992.
Configurando
una idea de quiénes somos los colombianos, cómo sentimos y cómo nos presentamos
ante el mundo.
“La telenovela se presenta además como un
espacio de confrontación entre el sentido de lo nacional (el "sentirse
colombiano", las temáticas y personajes que se consideran
"propios") y lo trasnacional (los modelos y formatos de melodrama
televisivo en su capacidad de trascender las fronteras nacionales)”.[2]
Generando unos
imaginarios sociales particulares frente al ser colombiano, en la vía del
planteamiento de Enrique Carretero, el imaginario es la percepción de lo real, es
a lo que los individuos se aferran para explicar el mundo.
“El imaginario
social constituye el modo de construcción y definición de aquello que los
individuos perciben como realidad. Si ya
la sociología de corte fenomenológico, había apuntado, enfrentándose al
positivismo, que lo real, es siempre algo significativo para un sujeto, el
imaginario social es el elemento que permite otorgar una particular
inteligibilidad y significación de la realidad. (…) La vieja actuación coactiva
de los aparatos ideológicos, da paso a estrategias de construcción de realidades
por los mass- media, a través de la instrumentalización de imaginarios
sociales”[3]
Ahora bien,
este imaginario social, recreado desde la ficción televisiva surte sus efectos
en la realidad, de modo que las fronteras entre la ficción y la realidad se
desvanecen, como diría la investigadora Milly Buonnano.
“Existen
espacios de superposición y también de interacción entre las dos realidades, el
imaginario es real, no sólo porque cuando estamos inmersos en él se deja de
creer, sino porque es susceptible de atravesar, y en cierta medida de
modificar, nuestra propia vida cotidiana: o si no, más allá de la percepción
que tenemos de algunas de sus dimensiones y nuestro modo de relacionarnos en
ella.”[4]
En consecuencia, la técnica se esfuerza en que la ficción televisiva se entremezcle con la realidad a los ojos del espectador, de manera que las fronteras entre una y otra sean poco visibles, como lo señalaría Adorno, a propósito de la sala de cine.
“El mundo entero debe pasar por el filtro de la industria cultural, la vieja experiencia del espectador de cine que percibe la calle fuera de la sala como continuación del espectáculo que acaba de dejar, porque este mismo quiere precisamente reproducir fielmente el mundo perceptivo de la vida cotidiana, se ha convertido en el hilo conductor de la producción. Cuanto más perfecta e integralmente las técnicas cinematográficas dupliquen los objetos empíricos, tanto más fácilmente se logra hoy la ilusión de creer que el mundo fuera de la sala de proyección es la simple prolongación de lo que se conoce dentro de ella.”[5]
La incidencia de la telenovela como representación de lo real, tiene aún más fuerza, tomando en cuenta que utiliza el melodrama y aborda para el periodo de 1984-1994 las costumbres colombianas, poniendo en dialogo las culturas regionales colombianas, reforzando la idea de Colombia como país de regiones, nación multiétnica, de prosperidad económica e integrada. Cada región tiene un producto de exportación que la caracteriza e identifica, por ejemplo, la telenovela Café, recrea los imaginarios sociales de la región cafetera antioqueña y caldense; así como lo hace la telenovela Azúcar con el Valle del Cauca. Bajo cierta economía, se configuran un tipo de relaciones sociales en el orden de lo productivo, cuyas contradicciones son resueltas en el orden de lo privado, bajo relaciones amorosas que solucionan las contradicciones de clase.
La telenovela
apunta a la idea de una nación integrada, mediante la reconciliación de las
clases sociales, que se sucede, a través del amor entre un rico y un pobre,
este último redimido de su condición de pobre, marginado y explotado, al final de la telenovela, accediendo a la
riqueza, a la fortuna del rico, por su
derecho de sangre, finalmente aceptado en las esferas aristocráticas regionales
y consolidada la felicidad de la pareja, desde un convencional matrimonio católico
que pone fin a cualquier contradicción. Un panorama donde los sirvientes son
sumisos, serviles, satisfechos en su condición de subordinados, por la empatía,
confianza y complicidad que el patrón deposita en ellos, dejando en claro los
lugares que cada uno ocupa dentro del orden social; la telenovela hace apología
al buen patrón, quien en su condición de rico, es benefactor de sus sirvientes,
en tanto, que el mal patrón recibe el castigo de las desdichas emocionales.
Todo este
relato melodramático, alimentó no sólo las esperanzas arribistas de clases
medias y populares, sino que además, sirvió para construir un discurso de
nación, multiétnica, e integrada, que supo disimular las contradicciones de
clase en un problema de dos amantes cercados por el amor imposible; el
consumidor de telenovelas no sólo se sintió representado, si no también
reconciliado con el patrón.
En ese orden
de ideas, el sujeto que no piensa como los protagonistas, es el “malo”, es
castigado por el destino o por la justicia, es el excluido, el que a todas
luces avergüenza al colombiano, expuesto a la censura moral y punitiva.
Adorno lo explica bien, citando a Tocqueville,
en el marco de la nueva ética, donde la discriminación se camufla en una
exclusión retórica y soterrada, que no se valida ya desde el ejercicio de la
fuerza física, desde la coacción, si no que más allá de ello, es una censura
moral, que implica cierto tipo de apartheid.
“El amo ya no dice pensad como yo o moriréis. Dice sois libres de no pensar como yo. Vuestra vida, vuestros bienes todo lo conservareis, pero a partir de ese día seréis un extraño para nosotros. (A. de Tocqueville. De la democratie en amerique. París 1864, vol II, pág 151). (..) El que no se adapta es golpeado con la impotencia económica, que se prolonga en la impotencia espiritual del solitario. Apartado de la industria es fácil convencerlo de su insuficiencia. Pero lo mismo que los dominados siempre se han tomado la moral que les venía de los señores, más en serio que éstos mismos, las masas engañadas sucumben más aún que los afortunados al mito del éxito. Las masas tienen lo que desean, pero se aferran sin dudarlo a la ideología con la que se les esclaviza”[6]
Lo Femenino y Lo Masculino
En esa vía, la telenovela cumple también un papel en la configuración del discurso de lo femenino y lo masculino, puesto que en sus inicios, la telenovela fue pensada para este público, concentrándose en las lógicas de lo privado, resaltando los valores de la cultura machista, patriarcal, que le reservó a la mujer el lugar de seres sumisos, vulnerables, predestinados a la maternidad, de personalidad histérica y obsesiva, que luchan por el amor del galán pusilánime y doble moralista. Basta recordar, que incluso los papeles femeninos más liberales como el de Gaviota en la telenovela Café en la telenovela del mismo nombre, terminan sojuzgadas por el amor del galán, reivindicadas a través de la maternidad y la abundancia, así como, el caso del personaje de Betty en la telenovela yo soy Betty la fea, que accede a la transformación estética como eficaz mecanismo de autoconfianza.
“Asumpta Roura (1993) explica la alta audiencia femenina argumentando que en las telenovelas se encierran todos los racionamientos –en este caso tan excesivos como tópicos– que explican aquello considerado tradicionalmente como exclusivo femenino: el mundo de los sentimientos, la maternidad, la sumisión al hombre (héroeguerrero) y que le distancia de lo considerado exclusivamente masculino. (…) La subordinación de la mujer ha sido contundente en Latinoamérica para la construcción de una identidad femenina débil y marginal. En la medida en que los espacios de expresión política han estado manipulados única y exclusivamente por los hombres se han subvalorado las capacidades de las mujeres en la esfera pública, para limitarlas, como lo explica Mouffe (1999), al ámbito de lo privado.”[7]
A partir de lo anterior, se deduce que la
telenovela en Colombia, ha cumplido el papel ideológico de ser un instrumento
eficaz para la legitimación del statu
quo; a partir de los imaginarios sociales, ha realizado un constructo mediante
el cual los colombianos se representan y explican el mundo; ha proporcionado
lecturas, de lo popular sin incluirlo, lecturas desde arriba, el sujeto pobre
en cuanto inocente e incauto es guiado por el sujeto rico bondadoso,
atribuyendo al juicio de lo bueno y lo malo
las problemáticas sociales, discursos maniqueos, moralizantes.
Hacia el año 2004 se da una ruptura en el
orden temático dentro de la telenovela colombiana con la aparición de la
telenovela La viuda de la mafia que
será la primera de esta gran oleada de telenovelas del narcotráfico, violencia
y prostitución, que han inundado la televisión colombiana y que se han
proyectado hacia el mercado latinoamericano. La viudas de la mafia, Rosario
tijeras, Cartel de los sapos, Sin tetas no hay paraíso 2006, Las muñecas de la
mafia, El capo.
El nuevo rico
de la telenovela, no es ya, el apuesto galán, con personalidad voluble,
solapada y de doble moral, el aristócrata nacional, o latino de Miami, en estas
nuevas producciones, el galán de
telenovela es un criminal del narcotráfico, que pareciera una vez más no haber
decidido su destino, sino ser víctima de las circunstancias.
La nueva
telenovela continua recreando los valores patriarcales, pero está vez desde su
forma más cruda, a partir de la cosificación de la mujer, la preponderancia del
macho dominante, que opera como gamonal, ejerciendo el control económico y
político, recontextualizado en el ambiente narcotraficante donde, todo, todos y
todas tienen su precio; el hombre pobre, bajo el impulso arribista de superar
su condición económica y social, recurre a la criminalidad como escalera hacia
el éxito social, mientras que la mujer joven y pobre utiliza su cuerpo,
sometiéndolo a la violencia de su transformación compulsiva y en contra de su
propia salud, en espera de alcanzar con ello, el paraíso del lujo y la
ostentación, una mujer alienada, sin autoestima, sin ética, dispuesta a entrar
en el orden criminal, manipulando y cediendo ante el chantaje. Todo ello, bajo
la estética de la pornomiseria que retrata en Sin tetas no hay paraíso, la pobreza y la criminalidad de los
barrios marginales de Pereira.
Las
telenovelas del narcotráfico se esfuerzan por mostrar seres denigrados,
degradados, sobrevictimizados, poco dice
de las francas luchas de los individuos por salvarse, de los heroísmos de
hombres y mujeres que en medio del conflicto de la droga y la pauperización de
la vida en todas sus formas, luchan por conservar la dignidad; restándole poder
al individuo, a su capacidad de discernimiento en condiciones adversas, a su
voluntad para resistirse a la predestinación de ser un criminal, a su capacidad
para cuestionar el orden en que vive y subvertirlo.
“Precisamente, esas vivencias cotidianas son rara vez transmitidas por los dispositivos globales de la comunicación, más acostumbrados a mostrar las operaciones del tráfico de drogas, que ha expresar la forma como, a pesar de la violencia extrema, las gentes logran conservar su dignidad”.[8]
Este furor de las telenovelas del narcotráfico coinciden con momentos críticos de la política colombiana, por ejemplo con episodios de corrupción donde se ha denotado la vinculación de jefes paramilitares y del narcotráfico con representantes de la política oficial durante el octenio del ex presidente Álvaro Uribe. Precisamente en la telenovela El Capo, se presentaban escenas de tortura, y cuerpos decapitados en franja familiar.
La telenovela del narcotráfico no parecería una crítica seria al fenómeno, si no una apología a la figura del narcotraficante y del paramilitar, quien resuelve los conflictos a través de la violencia y compra todo lo que necesita, incluso a sus parejas, que en este contexto están reducidas a la condición de objetos sexuales intercambiables; en ese sentido, también es una invitación a las mujeres hacia la prostitución como mecanismo exitoso de alcanzar el bienestar económico.
Este tipo de
telenovelas consigue que el conglomerado social legitime la "parapolítica" como
mal menor y sobre todo que entre en la lógica de percibir las instituciones y
los valores como bienes comercializables y susceptibles de ser comprados.
Estamos asistiendo a la muerte de la ética, que victimiza al victimario y
culpabiliza a los sujetos de buenos intenciones, por “dar papaya”, donde las
mujeres están destinadas a cumplir el histórico papel de depender de un macho
protector, bajo la aparente libertad de poder encomiarse a los impulsos de la
libido, pero una vez más, no es ella quien decide, es el mejor postor quien la
compra, su deseo está mediado por el fin utilitarista, que por supuesto, está
lejos de ser compatible con la verdadera autonomía, si consideramos que sólo
hay autonomía en la medida en que la relación del individuo con las personas e
instituciones se hace de manera desinteresada, recíproca y no guiada por un fin
de dependencia utilitario.
“La Revista Semana comenta que “Los hechos comprueban que, por lo menos desde hace dos años, las telenovelas que más producen rating son las que tocan temas relacionados con el mundo de los narcos.” Es el mismo rating que ostenta Álvaro Uribe. (..) Semana cita al psiquiatra José Antonio García "La televisión muestra con contundencia este fenómeno que flota en la cultura como una espada de Damocles, unos individuos que son protagonistas por su capacidad de rapiña, de eludir la responsabilidad de sus crímenes y por la habilidad para mostrar su comportamiento trasgresor como un fenómeno admirable que es tildado de inteligente pero que no es sino habilidad para la astucia basada en el engaño, la traición y la mentira". Afirmaciones que explican que el prestigio de Álvaro Uribe no se haya afectado a pesar de la comprobación reiterada de que su gobierno está estructurado en “su capacidad de rapiña y de eludir la responsabilidad de sus crímenes y por la habilidad para mostrar su comportamiento trasgresor como un fenómeno admirable que es tildado de inteligente”… ¡La inteligencia “superior”, de que habla José Obdulio Gaviria, refiriéndose a su jefe el Presidente Uribe!!!”[9]
La telenovela del narcotráfico cumple una funcionalidad
ideológica, gracias a la técnica, las voces del pueblo están
ausentes de la Industria cultural, ésta, mediada por los criterios del mercado, al servicio de miradas unívocas y unilaterales de lo femenino y masculino.
La Industria cultural hace lecturas de lo popular, que no emergen precisamente del interior de las comunidades, en cambio, se construyen reinterpretaciones, muchas veces, en versiones ridiculizantes, y arquetípicas, el "pueblo" es protagonista de seriados y telenovelas sin que exista un real acceso democrático a los filtros de la industria, cuyos estereotipos estéticos son lo más alejado del ciudadano promedio, son espacios restringidos.
La industria cultural promueve la competencia sin escatimar en detalles, los monopolios se expanden, cercando sus fronteras; abriendo espacio al arte simple, al arte ligero, de corta duración, el arte fatuo, que por supuesto, no debe ser llamado arte popular, es lo que el mercado hizo de éste e incluso lo que el mercado hace de las obras maestras, con el objeto de hacerlas masticables, digeribles; el arte ligero no es la introducción de las expresiones populares en los circuitos del arte, sino como diría Adorno “El arte ligero es la mala consciencia del arte serio” que se convierte en divertimento, bajo claras intenciones de coacción en el pensamiento, donde incluso llega a legitimarse la barbarie.
La Industria cultural hace lecturas de lo popular, que no emergen precisamente del interior de las comunidades, en cambio, se construyen reinterpretaciones, muchas veces, en versiones ridiculizantes, y arquetípicas, el "pueblo" es protagonista de seriados y telenovelas sin que exista un real acceso democrático a los filtros de la industria, cuyos estereotipos estéticos son lo más alejado del ciudadano promedio, son espacios restringidos.
La industria cultural promueve la competencia sin escatimar en detalles, los monopolios se expanden, cercando sus fronteras; abriendo espacio al arte simple, al arte ligero, de corta duración, el arte fatuo, que por supuesto, no debe ser llamado arte popular, es lo que el mercado hizo de éste e incluso lo que el mercado hace de las obras maestras, con el objeto de hacerlas masticables, digeribles; el arte ligero no es la introducción de las expresiones populares en los circuitos del arte, sino como diría Adorno “El arte ligero es la mala consciencia del arte serio” que se convierte en divertimento, bajo claras intenciones de coacción en el pensamiento, donde incluso llega a legitimarse la barbarie.
En ese contexto, cabría preguntarse: Qué
imaginarios se crean y recrean en esta nueva etapa de la telenovela en
Colombia, Qué valores está promoviendo y/o denunciando las producciones del
narcotráfico, Son acaso un producto inofensivo de la macro-industria cultural
de las telenovelas, que apenas retrata una realidad a la que parecemos predestinados, Será que la telenovela del narcotráfico cumple un rol social al evidenciar una realidad social, o es acaso un relato apologético del mercado de las drogas
y las relaciones sociales que este sugiere.
A este punto, si las telenovelas de los años
80 y mediados de los 90 pretendieron responder a una idea de Nación, a través
de la representaciones de las regiones y sus particularidades, la pregunta
sería qué tipo de nación sugiere las nuevas producciones de telenovelas del
narcotráfico, qué lecturas del país están dejando e incentivando en la
teleaudiencia colombiana e internacional estas producciones.
Es sólo un ente pasivo el individuo, qué
poder tiene para cuestionar y subvertir su contexto. El debate sigue y la
memoria histórica podrá dar cuenta de ello.
Maestra en artes escénicas de la FAASAB
Universidad distrital de Bogotá
Aspirante al título de historiadora de la
Universidad del Valle -Cali-
[1] CERVANTES, Ana
Cecilia. La telenovela colombiana: un
relato que
reivindicó
las identidades marginadas. En: Investigación y desarrollo vol. 13, n° 2 (2005)
páginas 280-295 283.
[2] BABERO, Jesús Martín. LA TELENOVELA EN COLOMBIA: TELEVISIÓN,
MELODRAMA Y VIDA COTIDIANA.
http://www.cnna.gov.ec/_upload/Telenovela%20Television%20y%20Vida%20Cotidiana.pdf
[3]
CARRETERO Enrique EN QUIÑONEZ CELY, Beatriz. Violencia y Ficción televisiva. El acontecimiento de los
noventa. (Imaginarios de la representación mediática de la violencia
colombiana, series de ficción televisiva de los noventa 1989-1999). Editorial
Universidad Nacional de Colombia, 2009.
[4] BUONANO, Milly EN QUIÑONEZ CELY, Beatriz. Violencia y Ficción televisiva. El
acontecimiento de los noventa. (Imaginarios de la representación mediática de
la violencia colombiana, series de ficción televisiva de los noventa
1989-1999). Editorial Universidad Nacional de Colombia, 2009.
[5] ADORNO, Tehodor. DIALECTICA DE LA
ILUSTRACIÓN. Edición Akal, Madrid 2007.
[6]
ADORNO,
Tehodor. DIALECTICA DE LA ILUSTRACIÓN. Edición Akal, Madrid 2007.
[7] CERVANTES, Ana
Cecilia. La telenovela colombiana: un
relato que
reivindicó
las identidades marginadas. En: Investigación y desarrollo vol. 13, n° 2 (2005)
págs 280-295 283.
[8] FOUCHER, Michelle. EN QUIÑONEZ CELY, Beatriz. Violencia
y Ficción televisiva. El acontecimiento de los noventa. (Imaginarios de
la representación mediática de la violencia colombiana, series de ficción
televisiva de los noventa 1989-1999). Editorial Universidad Nacional de
Colombia, 2009.
[9]
GAITAN, Gloria. LAS TRES NARCO-TELENOVELAS COLOMBIANAS
http://www.desdeabajo.info/index.php/actualidad/colombia/5572-las-tres-3-narco-telenovelas-colombianas.html.
gracias por tu reflexión, por tu articulo, es muy interesante y nos ayuda a dar una mirada critica a los imaginarios sociales promovidos por la telenovela colombiana.
ResponderEliminarExcelente reflexión sobre las novelas colombianas.
ResponderEliminar