viernes, 14 de noviembre de 2014

El aborto y la universidad

Compartimos este excelente artículo el cual nos motiva a analizar el aborto como el problema de salud pública que es. A propósito del escarnio público que vivieron las estudiantes de una universidad en Colombia, el artículo desde soportes científicos y teniendo en cuenta a todos los implicados, no solo la mujer que ejerce el derecho sobre su cuerpo, sino al hombre que la embaraza y la institucionalidad médica y jurídica que debe brindar su apoyo, nos brinda herramientas para analizar la situación y problema.

El aborto y la universidad

Por Bernardo Ochoa A. 
Médico Profesor Emérito
Universidad de Antioquia 
El aborto es un problema de salud pública con un elevado índice de mortalidad y complicaciones. La mayoría de los países cuenta hoy con una legislación que lo permite en ciertas circunstancias, y las pacientes que tienen que acudir a esta opción, para conservar su salud y su vida, pueden acceder a los centros de salud y ser tratadas por personal idóneo. En nuestro país, por el contrario, el aborto se califica como un hecho pecaminoso y se aplican medidas punitivas con base en el código penal, obligando a las mujeres a buscar recursos clandestinos con grave peligro para sus vidas y su integridad física. El resultado es un elevado índice de muertes y complicaciones cuya responsabilidad recae íntegramente en el Estado. No hay una organización sanitaria en ninguna parte del mundo que haya sido capaz de establecer programas racionales para el manejo del aborto, que armonicen con las creencias de las múltiples tendencias religiosas que existen y las interpretaciones que moralistas, eticistas, filósofos y sociólogos le dan a los hechos y circunstancias que lo rodean.
El doloroso episodio que se vivió recientemente en la Universidad de Pamplona demuestra, con caracteres alarmantes, la manera absurda como se está manejando este problema en Colombia, situación que debe ser corregida.

Introducción
Los medios de todo el país han denunciado la manera como las directivas de la Universidad de Pamplona, el hospital y las autoridades locales, manejaron el problema de unas estudiantes que acudieron en busca de ayuda, temiendo que la hemorragia provocada por las drogas tomadas para interrumpir el embarazo pusiera en peligro sus vidas. “El hospital las atendió y luego las hizo detener por la Fiscalía, mientras la Universidad las amenazaba con expulsarlas”, dice El Tiempo en su edición del primero de Mayo.

El escarnio público a que han sido sometidas las jóvenes estudiantes de aquel centro universitario por sus directivas; la violación de la ética médica en el Hospital donde acudieron en busca de ayuda, que no sólo delató sus nombres y el motivo de su consulta, sino que las entregó (así aparece en la prensa) a las autoridades de la Fiscalía; la violación de sus vidas privadas desveladas ante los medios sin el menor asomo de respeto; su encarcelación en calidad de delincuentes; la flagrante violación de su libertad; el atropello a su dignidad de mujeres por todos los que intervinieron; todo esto no puede pasar inadvertido.
El manejo absurdo que se le viene dando en Colombia a un problema de salud pública como es el aborto, me ha movido a escribir estas reflexiones que se derivan de mi experiencia como médico y como profesor universitario por tantos años.

La imagen de la universidad colombiana ha sido también mancillada por este hecho, y la comunidad universitaria, estudiantes y profesores, pero especialmente las mujeres a quienes se está estigmatizando sexualmente, deben pronunciarse sobre el mismo. Tal vez sea esta una oportunidad feliz para que todo el que tenga alguna información o una posición, definida sobre bases sólidas, acerca del problema del aborto, se sume a la presión que los ciudadanos tenemos que hacer para que el Estado colombiano proceda, con carácter urgente, a darle el marco jurídico apropiado a su manejo, como lo ha hecho casi todo el mundo.


El Aborto como problema de salud
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud OPS, el aborto constituye la segunda causa de muerte materna en Colombia. Una de cada cuatro de nuestras mujeres aborta por distintas razones y en distintas épocas de su vida. Se practica casi medio millón de abortos por año y el 20 por ciento de las muchachas menores de 19 años llega a las salas de maternidad, algunas de ellas con edades que fluctúan entre los 11 y los 15 años, y con frecuencia llegan solas y abandonadas a su suerte. Es indudablemente un problema de salud pública, agravado en nuestro medio por una política sanitaria absurda que obliga a nuestras mujeres a buscar el remedio para sus males en abortaderos clandestinos. En Rusia1 el 67% de las muertes relacionadas con el aborto ocurrió cuando este se hizo por fuera de una institución médica. El aborto hecho en condiciones inseguras, dice una investigación que se adelantó en África2 , es una de las mayores causas de mortalidad entre las adolescentes africanas, y agrega: “se necesitan urgentemente medidas apropiadas de salud pública para enfrentar el problema de los abortos inseguros”. Una situación parecida a la nuestra fue observada en Costa de Marfil, donde el 60% de las mujeres que abortaron lo hicieron introduciéndose ellas mismas cuerpos extraños en la vagina 3. Aproximadamente, una de cada 5 admisiones en un servicio de Ginecología fue debida al aborto y un número significativo fueron estudiantes que abortaron mediante el uso de drogas o cuerpos extraños intravaginales4 . Un excelente trabajo realizado en la India concluye así: “El aborto inseguro constituye una gran amenaza para la salud y la vida de las mujeres que lo solicitan. Propiciar medidas como el acceso fácil a los anticonceptivos y a los centros hospitalarios donde estos deben realizarse, controla el problema”5 . Estas son apenas unas pocas referencias de las muchísimas a las cuales se puede tener fácil acceso. Otros excelentes estudios e investigaciones sobre el tema pueden leerse en el New England Journal of Medicine correspondiente a los meses de enero y abril del 2004.
No es posible ignorar, entonces, que el aborto constituye un problema serio de salud pública y que las autoridades, y todos los que en alguna forma tenemos que ver con ella, debemos buscarle una solución apropiada.


Implicaciones del aborto en la vida de la mujer
El aborto tiene serias implicaciones en la vida de la mujer, en términos físicos y emocionales y, además, despierta el rechazo de sectores importantes de la comunidad, especialmente de los grupos religiosos que lo califican como un homicidio. Sin embargo, no por ser inconveniente, no porque algunos lo rechacen, podemos desconocer su presencia en la sociedad e ignorar el significado médico que tiene y lo impropio de su manejo en nuestro país. El aborto ha acompañado a la humanidad a través de su historia, hasta llegar a nuestra época, cuando su incidencia se ha incrementado por la conjugación de factores sociales, económicos y políticos complejos que están ejerciendo una gran presión sobre el ser humano y particularmente sobre la mujer. Por otra parte, los avances de la ciencia y la tecnología han hecho posible el diagnóstico de muchísimos estados patológicos en el embrión y en el feto que antes sólo podían ser diagnosticados después del nacimiento. Algunas de estas malformaciones, defectos genéticos y enfermedades metabólicas ponen en peligro, no sólo la supervivencia del feto, sino que amenazan, igualmente, la vida de la madre. Otras, compatibles con la vida de los dos, plantean desafíos a la pareja, a la familia, no sólo para la conservación de la armonía y la vida equilibrada y tranquila de los cónyuges, sino para su misma estabilidad económica.

La conservación de la especie no puede justificar la actitud impositiva y violenta que frecuentemente exhibe el hombre sobre la mujer. La mujer tiene igual derecho que el varón de aceptar o no la posibilidad de tener un hijo. Las mujeres en unión conyugal son frecuentemente forzadas por sus esposos a tener uno o muchos hijos más, contra su voluntad. Son los hijos no deseados que la mujer, por temor a perder la seguridad económica y social que le da el cónyuge, tiene que cargar en sus entrañas por nueve meses sin quererlo. Son los mismos que después de nacer se convierten en víctimas de la negligencia de sus padres; son los que van a sufrir las consecuencias de no haber llegado como fruto del amor sino de la imposición, de la violencia del macho. Son los hijos olvidados, abandonados y frecuentemente maltratados que, luego, al crecer y desarrollarse, volcarán sobre una sociedad, que los ha obligado a venir al mundo en tales circunstancias, toda su capacidad destructiva, todo su odio, toda su sed de venganza.

¿Qué razón hay para obligar a la mujer que no lo desea, a tener un hijo con graves defectos morfológicos, metabólicos o de cualquier orden, hoy diagnosticables en el embrión y en el feto? ¿Por qué impedirle que se desembarace de un hijo producto del atropello, de la violación, del estupro, del incesto, de la inmadurez de la madre ó del fracaso de los métodos anticonceptivos? ¿Qué razón existe para obligar a una mujer joven, que por ligereza o por ignorancia quedó embarazada, a sacrificar su proyecto de vida para tener un hijo de cuya crianza no puede responsabilizarse? ¿Por qué castigar a la madre que es obligada por circunstancias como las descritas a acudir al aborto? ¿Por qué segregarla, señalarla, aislarla, estigmatizarla y hacerla objeto de toda clase de oprobios?

El aborto, la moral, la religión y la ley
Afirma uno de los directivos de la Universidad de Pamplona que lo ocurrido allí “es un problema de moral en una ciudad profundamente religiosa”, frase que denota la presunción de que solamente la moral basada en las creencias religiosas debe modelar el comportamiento de las personas. No, también los incrédulos, los agnósticos, los ateos tienen su moral.
Veíamos antes cómo y por qué el aborto es más un problema de salud pública que de moral. La Organización Panamericana de la Salud y una nube de investigadores que publican sus resultados en revistas científicas de la mayor seriedad en todo el mundo, lo confirman a diario. Tampoco es un problema de una universidad ni de una ciudad ni de un país ni de los católicos, protestantes, musulmanes, budistas o de cualquier otra tendencia religiosa; es un fenómeno universal, con ingredientes biológicos, epidemiológicos y de morbi-.mortalidad hoy bien conocidos, sobre cuya prevención y manejo, el mundo entero ha ido estableciendo unas normas jurídicas y sanitarias, compartidas en su mayoría por casi todos los países. Como todas las acciones del ser humano, el fenómeno del aborto tiene también componentes éticos, socioculturales, filosóficos y políticos, cuya esencia es motivo permanente de estudio y discusión por los expertos en estas disciplinas. Sus posiciones sobre el tema, por otra parte, expresadas en un número grande de publicaciones, distan mucho de llegar a un acuerdo y son frecuentemente antagónicas, sobre todo cuando las creencias religiosas entran en juego.

Para responder la pregunta de si el aborto es moralmente aceptable, tenemos necesariamente que responder previamente a la pregunta de si el feto es o no persona y si sus derechos pueden llegar a rebasar los derechos de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo y sobre su vida como persona. Las definiciones que uno puede encontrar sobre el significado de la palabra “persona” son tan variables como sus autores. Para Gilbert Melaender, “una persona es simplemente un cuerpo capaz de accionar consciente e intencionalmente”; para H Tristan Engelhardt, personas son aquellos que pueden llegar a “preocuparse acerca de los argumentos morales….y ser convencidos por ellos. Deben ser concientes, racionales, libres para escoger, y preocupados por la moralidad”. Si fuéramos a aplicar estos criterios, para definir la “persona”, muchos seres humanos no calificarían. La segunda pregunta sobre los derechos del feto y de la madre, es más sencilla de responder: no es razonable que los derechos de un ser en formación cuyo futuro es, al menos incierto, lleguen a ser más importantes que los de la madre que ya es una realidad en pleno desempeño de sus capacidades. Pero hay quienes declaran lo contrario.

El código penal colombiano califica el aborto como un homicidio. Ninguno de la casi totalidad de los países que han establecido normas legales sobre el asunto, adopta una posición similar. Una cantidad importante de pensadores y escritores de todas las latitudes y todas las disciplinas, se manifiesta contra esta posición expresada por la iglesia católica. Entre los comentarios críticos que se han hecho en los medios sobre lo sucedido en Pamplona, Héctor Abad Faciolince en su columna de la revista Semana , califica la posición colombiana como “triste rezago del oscurantismo”.

Homicidio es palabra que se aplica a la muerte causada por una persona que goza de autonomía a otra de iguales condiciones. Si el embrión y el feto, que no tienen autonomía fuera del vientre materno, son o no son personas, sigue siendo, al menos, motivo de una enorme controversia en todos los ámbitos científicos y sociales, controversia que no ha sido ni será resuelta en esta ni en las generaciones venideras. Para la Iglesia de hoy no existen dudas cuando afirma que el embrión y el feto son personas dotadas de cuerpo y alma, aunque se discute entre sus miembros cuándo, en qué momento exactamente, se junta el alma al cuerpo. Para la iglesia de ayer, sin embargo, las cosas no se veían tan simples. En publicaciones recientes8 se ha citado repetidamente la posición de Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo de la Iglesia Católica quien, a diferencia de los jerarcas de hoy, dice: “en el mundo de los seres dotados de vida hay una gradación progresiva en los tipos de alma que se poseen: el alma vegetativa, como la puede tener cualquier planta, el alma sensitiva, como la puede tener un animal cualquiera, y el alma racional que sólo la adquieren los seres humanos cuando su cuerpo está formado plenamente y puede vivir por su cuenta”.
Descartar, entonces, un embrión o utilizarlo para obtener células madre para investigación, no es pues, según Santo Tomás, un homicidio. Tampoco lo sería si se trata de un feto si aceptamos que sólo adquiere un alma racional cuando su cuerpo está formado plenamente. No hay, pues, unidad de criterio en la Iglesia, pero nuevamente los que crean que el embrión y el feto pueden, con el calificativo de “personas”, tienen derecho a que se les respete y proteja su manera de pensar, mismos derechos que naturalmente tienen quienes no lo creen así y descartan por lo tanto la interpretación de homicidio aplicada a la interrupción del embarazo. Es interesante conocer el concepto de “autonomía” que trae el texto de “Introducción a la Bioética” editado en la Universidad de Georgetown en Washington, como “el derecho del individuo competente para tomar decisiones inteligentes e informadas acerca de su salud y bienestar”  , concepto que se ha mantenido en el tope de los valores que eticistas y proveedores de cuidados de salud utilizan para responder cuestiones serias de bioética.

La Ley, los Derechos de los ciudadanos y la Moral no son equivalentes ni van siempre de la mano. Legislar con base única en las creencias de uno de los grupos que conforman la comunidad es desconocer los derechos de los otros grupos que no participan de esas creencias, que tienen creencias distintas, que interpretan sus creencias en forma diferente, que no tienen creencias, son agnósticos ó ateos, cuyos derechos tienen que tener igual presencia ante la ley. La moralidad de las acciones, por otra parte, no siempre es interpretada con base en lo bueno o lo malo, lo lícito o lo ilícito, la conveniencia o la inconveniencia, aplicados al bien general, frecuentemente; por el contrario, se aplican al bien particular de unos cuantos que los juzgan compatibles con sus preceptos religiosos. No puede ser, entonces, moral imponer una norma legal con base en las creencias religiosas de unos cuantos, desconociendo la existencia de una sociedad pluralista10 . La norma del código penal que penaliza el aborto en Colombia no es, ni puede serlo, una norma moral porque desconoce derechos fundamentales de los ciudadanos, porque los atropella, porque viola el derecho a la libertad, el derecho a la intimidad, el derecho de la comunidad a que sus problemas de salud pública sean solucionados como tales, como problemas de salud, para lo cual no es necesario consultar los códigos morales y las creencias de todos los grupos religiosos establecidos o con proyecto de establecerse en el país.
Ya lo dijimos pero es bueno repetirlo, es una ley inmoral porque ejerce una acción coercitiva sobre los centros hospitalarios y los profesionales de la salud, cuya obligación es precisamente proteger la integridad física y la salud de las pacientes, sin mirar cuáles son sus apetencias religiosas o políticas o su pertenencia racial. Es inmoral porque condena a nuestras mujeres a buscar centros clandestinos para lograr un aborto, poniendo en riesgo su integridad física y su propia vida. Algunas, inclusive, con graves destrozos de sus órganos genitales externos e internos, con infecciones severas que amenazan sus vidas, ni siquiera se atreven hoy a llegar a los hospitales para tratar de recuperar su salud perdida y de conservar su vida amenazada, por temor a encontrarse con los “guardianes de la moral” que alguien está colocando en los hospitales., dispuestos, si sobreviven, a encarcelarlas, como dicen que sucedió en Pamplona. ¿No es este acaso un género de terrorismo?

Espero que ninguno de mis posibles lectores vaya a entender mi posición como una recomendación para que las mujeres aborten. Nada estaría más lejos de la realidad. El aborto, como enfermedad social que es, es inconveniente, es malo para la paciente y la comunidad, como lo es usualmente la desnutrición, otra enfermedad de origen social. A nadie se le ocurriría ofrecer a los niños desnutridos un tratamiento a base de insultos, de atropellos, de desconocimiento violento de su derecho a comer. Por el contrario, se previene la desnutrición dándole a la gente oportunidad de comer. Igualmente, se previene el aborto abriendo unas oportunidades amplias para que hombres y mujeres reciban el alimento básico de una buena educación, incluyendo educación sexual. Se previene el aborto utilizando correctamente las medidas anticonceptivas, cuyo uso no es inmoral ni puede serlo. Es, por el contrario, una manifestación de responsabilidad para con la familia y la sociedad.

El aborto y los valores morales
Hemos sido testigos en estas últimas cuatro décadas de unos cambios radicales en las maneras de vivir de la gente joven. Los diques establecidos por las generaciones que nos precedieron, considerados inexpugnables por haber sido construidos con base en los llamados valores morales, han sido totalmente arrasados, lo cual atribuyen los mayores a la pérdida de esos valores. Pero ¿cuáles eran esos valores y cómo se adquirían? Recordemos que el núcleo familiar de antaño funcionaba con un patrón autoritario representado casi siempre por el padre que establecía las normas y mantenía la disciplina familiar con rigidez. La familia acomodaba su estilo de vida a esas normas. En el discurso familiar, social y religioso se señalaba el sexo como algo prohibido, pecaminoso, y se mantenían los niños lo más alejados posible de todo lo que tuviera relación con él: no se podía cambiar los pañales del recién nacido a la vista de sus hermanitos o hermanitas mayores; el nuevo miembro de la familia era descargado en casa por la cigüeña; las niñas debían aprender desde temprana edad a sentarse bien, a no mostrar los cucos, los varones y las niñas se debían educar en planteles separados, los jóvenes no podían participar en fiestas sin tener sus chaperones cerca, las adolescentes tenían que acomodarse a la moda del recato y había que hacer los mayores esfuerzos posibles para ocultar los atributos físicos de la vista alevosa de los hombres, la visita del novio se recibía en el sofá con la madre al frente, era peligroso que las niñas se bañaran en los charcos de las quebradas (pocas piscinas existían) donde lo hacían los hombres porque corrían el peligro de quedar embarazadas. Hablar de educación sexual era idioma totalmente desconocido. Todas estas normas eran estrictas y se tenían que cumplir bajo amenaza de castigo físico o de privación de algunas pequeñas concesiones del padre. Este insistir en el sexo como algo malo que había que ocultar y sobre lo cual no se hablaba en la familia, fue transmitido de generación en generación por tantos años que acabó poniendo una venda en los ojos de los padres y de la sociedad que no le permitió percibir el cambio brutal que se acercaba. Pero la venda de los padres no cubría los ojos de sus hijos que exploraban todos los atajos posibles para responder a los impulsos de su naturaleza acudiendo a los prostíbulos o seduciendo a la joven empleada doméstica o la hija del mayordomo de la finca, conservando naturalmente las apariencias de un comportamiento acorde con los "valores morales" de la familia.

Y se vinieron los cambios. Aparecieron casi simultáneamente la píldora anticonceptiva, la minifalda, la música estridente, ensordecedora, el licor, las drogas y, con todo esto, el amor libre y la cantinela de los jóvenes en todas partes: haga el amor, no haga la guerra, refiriéndose a la, esa sí inmoral, guerra de Vietnam. Voló en mil pedazos toda aquella seudo-fortaleza imaginaria de los valores morales, construida sin una base sólida de conocimientos, de educación basada en hechos reales, que les permitiera entender el mundo y su propia biología, que los capacitara para manejar la recién conquistada libertad. Renunciaron, entonces, a continuar siendo "hijos de familia" y tiraron por la borda el concepto de autoridad paterna para atender las demandas imperiosas y urgentes de la nueva época, incluyendo las del amor y el sexo sobre el cual ignoraban y siguen ignorando casi todo, menos la penetración placentera. Fue un estallido que se escuchó en todos los confines. Los estudiantes universitarios se rebelaron en Francia, en Alemania, en Estados Unidos, en Colombia, en todo el mundo, en las décadas de los años 60 y 70, contra el orden establecido, sin que los mayores atinaran a encontrar una explicación distinta de la insulsa pérdida de los valores morales en un juventud "infiltrada por los comunistas", menos aún, una respuesta, un manejo razonable. 

Cuando amainó el incendio y se pudo ver con mayor claridad lo que estaba sucediendo, nos encontramos con las nuevas generaciones haciendo uso de una libertad que no habían aprendido a manejar responsablemente y unos padres que insistían en la recuperación de los "valores morales". Las mujeres inician hoy a temprana edad su vida sexual, algunas siendo aún niñas. El embarazo en adolescentes y preadolescentes sacude los cimientos sociales y la convivencia. Las enfermedades de transmisión sexual y el aborto proliferan. ¿Y la respuesta?

La respuesta es el manejo absurdo, irracional, incoherente, que se le está dando a una problemática derivada principalmente de una pobre educación, que no se manifiesta solamente en el comportamiento sexual. Se manifiesta igualmente en el comportamiento cívico. El aborto es prevenible en una proporción significativa. Prevenir es la mejor de todas las medicinas. La experiencia de los últimos años en los Estados Unidos ha demostrado cómo una campaña intensiva y bien diseñada de educación sexual, ofrecida a los más jóvenes, produce un descenso vertiginoso en el índice de abortos, de embarazos y de enfermedades de transmisión sexual. Desafortunadamente, algunos sectores de nuestra sociedad no han podido entender el papel benéfico que juega la educación sexual, sobre la cual manifiestan serios temores y hasta llegan a oponerse a ella o a crearle dificultades y limitaciones. Educación sexual que no se inicia durante la pubertad o la adolescencia. Ya para esta época, aunque aún sirve de algo, es demasiado tarde. Se deben iniciar los programas de educación sexual con el cambio de los pañales, cuando los niños miran con curiosidad instintiva los órganos genitales de su hermanita o hermanito. Es, desde las primeras etapas de la vida, entre los dos y los tres años, cuando los niños se buscan para "examinarse" y terminan descubriendo que hay una curiosa diferencia entre ellos. De aquí a unos pocos meses más de vida, niños y niñas descubren que tocarse los genitales o tocar los de la vecina, produce cierto agradable cosquilleo en todo el cuerpo. Es, entonces, cuando juegan de doctor, todos especializados ginecólogos y andrólogas. Pero, por Dios, esto no es maldad; esto corresponde al crecimiento y desarrollo normal de un ser humano; corresponde al descubrimiento del mundo que hacen los niños, utilizando todos sus sentidos, explorando todo lo que encuentran, incluyendo los tomacorrientes de las paredes de la casa.

Por eso, los programas de educación sexual tienen que incluir prioritariamente a los padres, que deben renunciar para siempre al señalamiento pecaminoso del sexo y saber cómo darles a sus hijos explicaciones razonables, simples y honestas, sin inventar mentiras que sólo estimulan sus fantasías y crean en los niños desconfianza hacia sus progenitores. El consultorio del pediatra, decía el insigne profesor Gustavo González Ochoa, debe funcionar permanentemente como una cátedra donde los padres de los niños que llegan a consulta reciban unos conocimientos que luego proyectarán en sus hijos. También hay que incluir en los programas de educación sexual los adultos jóvenes y, por supuesto, las parejas jóvenes que deben aprender a planificar su familia.

Educación sexual y manejo inteligente de la anticoncepción son, hoy por hoy, las dos herramientas más poderosas para prevenir abortos, enfermedades sexuales y embarazos no deseados y propiciar luego una vida sexual sana. La peor herramienta de todas, es darle al aborto un manejo represivo utilizando medidas carcelarias, expulsiones, amenazas espirituales y otras que lo único que consiguen es aumentar la angustia y el desespero y llevar a las jóvenes a considerar, entre otras posibilidades, el suicidio como solución alternativa. El aborto se previene en gran medida cuando todos, pero especialmente los jóvenes, hombres y mujeres, logran adquirir los conocimientos y la motivación que les permite encausar y dirigir el instinto y las urgencias del sexo de acuerdo con la razón; cuando se acepte que la práctica sexual del amor no tiene como único objetivo la reproducción; que no es únicamente para tener hijos; que conviven sexualmente hombres y mujeres; que el placer sexual hace parte importante de la vida, y que hoy es posible disfrutarlo sin el temor a un embarazo no deseado. Placer y reproducción pueden separarse, utilizando correctamente las medidas anticonceptivas que hoy se tienen al alcance. La educación sexual es fundamental para modelar la voluntad y adquirir el dominio sobre sí mismo y la fortaleza necesaria para no ceder ante el impulso y el deseo imperioso de poseer a su compañera sin darse los segundos que se necesitan para ponerse bien puesto un preservativo y, a la mujer, el valor que se requiere para condicionar su participación exigiéndole al compañero condiciones de seguridad absoluta, que la protejan de un embarazo inconveniente, indeseado.

Cuando entendamos que todo esto se puede conseguir con la educación misma que crea y fundamenta el sentido de responsabilidad y el perfil de dignidad que debe acompañar la práctica del amor; cuando entendamos y aceptemos que el sentido de responsabilidad y el grado de conciencia con que manejemos el sexo son los mismos que deben tener las parejas que emprenden la empresa maravillosa de tener el hijo que se desea, que se programa, que no es concebido como producto tangencial de la satisfacción del instinto sexual, que es esperado con alegría y bienvenido al hogar donde se le brindará el amor, el cuidado y la seguridad que requiere el ser humano durante las primeras etapas de su vida, y luego, la formación que lo hará un miembro útil de la sociedad; cuando logremos que todo o casi todo esto se dé en la vida cotidiana de hombres y mujeres, tendremos con seguridad menos abortos.

La parte masculina del aborto
 Noten ustedes cómo en este conflicto de la Universidad de Pamplona no se mencionan los compañeros, amigos o novios que embarazaron a las jóvenes; ¿dónde están? ¿Por qué no los investigan? ¿Se han presentado acaso a decir: yo soy igualmente responsable y como hombre quiero dar la cara por ella? ¿Por qué no los amenazan con expulsión cuando hacen el amor y embarazan a sus compañeras? ¿Por qué no los entregan a la fiscalía? ¿Por qué los cazadores de brujas concentran todos sus esfuerzos, todas sus habilidades y, por supuesto, toda su malicia, para estigmatizar la vida sexual de las mujeres y se olvidan de los hombres, sin cuyo concurso no es posible el embarazo?
La mujer está sexualmente mucho mejor dotada que el hombre y debe utilizar estas diferencias para exigir, para negarse a aceptar al varón que se niegue a brindarle las medidas de protección. Todas estas y muchas otras son circunstancias vinculadas al complejo problema de salud que es el aborto y a la falta absoluta de sindéresis como se pretende manejarlo en Colombia, con la concurrencia del Estado y de la sociedad que dice representar.

FUENTE: http://www.unimedicos.com/sitio/contenidos_mo.php?it=168 
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