martes, 2 de octubre de 2012

CALI: CIUDAD TRISTE

Mi artículo se titula Cali: ciudad triste, porque contrario a lo que repiten muchos anuncios publicitarios, Colombia, el país "más feliz del mundo", alberga ciudades con profundos procesos de exclusión. Cali no es una ciudad homogénea, contiene dentro de sí varías ciudades, la del nor-occidente, que se adorna en navidad, que se exhibe en postales y cuyos habitantes gozan de frondosos árboles y la Cali de la autopista Simón Bolívar, la Cali pobre, la Cali del Distrito de Agua Blanca, que cuenta con pocos árboles que apenas sobreviven por la influencia de las aguas residuales, y cuyas calles están cubiertas de polvo. 
Es a esta segunda Cali a la que haré referencia en mi artículo, la que alberga a los trabajadores pobres, a los  subempleados, desempleados y rebuscadores, que van desde niños limpiavidrios, niños y niñas acróbatas y malabaristas, hombres de mediana edad con cualquier cantidad de novedosos productos, el cuchillo de cocina,  los folletos de crucigramas, de aprender inglés, los que venden hilos, tijeras, el trapo para el carro, las mangas para cubrir los brazos del sol, mujeres que venden todo tipo de comidas y pasan con la jarra de jugo da naranja para un acalorado medio día caleño, hasta ancianos que se arriman al semáforo a ofrecer los chiclets. Son estas familias y las que no alcanzamos a ver, que hoy 2 de octubre del 2012 pierden una vez más la oportunidad de un empleo que si bien no se daba en las mejores condiciones, por lo menos le permitía llevarles un sustento a las familias, la de los conductores de bus, hoy de la manera más arbitraria son desmontadas varías rutas de buses y con ellas fragmentadas historias de vida y tejido social. Con la salida de los buses tradicionales de circulación, no sólo pierden los conductores, si no además los encargados de llevarles el tiempo a los conductores, los pregoneros, los vendedores de dulces y todos aquellos que se suben a los buses con una canción, con una pequeña danza, con postales de amor, y hasta apelando a historias escabrosas, pierden las señoras que venden jugos y refrescos en los semáforos y hasta todas aquellas personas que alguna vez pedimos ser llevadas por "mil pesos", perdimos la posibilidad de franquear el injusto 1600 que pagamos diariamente por el transporte, arrebatado de los salarios irrisorios que pagan en Colombia.

Hoy todos nos sometemos a la cultura MIO, cuyo nombre parece una burla de las élites, para recordarnos que definitivamente la ciudad es cada vez menos nuestra y más de unos pocos que se lucran con la miseria de muchos, en medio, de protestas, hoy la mayoría nos fuimos gratis en el MIO, recibiendo la migaja que nos tiran los poderosos en medio de la estocada final que le otorgan a parte importante del pueblo caleño. Y no es que estemos en contra de buses bonitos, grandes y con aire acondicionado, la "modernización", es que estamos en contra de una idea de progreso que se impone a costa de la miseria de otros. Hoy decimos gracias a nuestro alcalde RODRIGO GUERRERO, por hacer una vez más, más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.

Por eso hoy vivo en una Cali triste, porque la exclusión no se traduce en felicidad, sólo acaso armamos parranda para ahogar la pobreza y resistir al sistema, tratamos de ser felices con poco, mientras los que tienen mucho consumen cocaína y se declaran deprimidos, en la barriadas de Cali no hay tiempo para la depresión.
Por último quiero compartir una historia cargada de heroísmo citado por Gildardo Vanegas en su libro: Cali trás el rostro oculto de las violencias.

"Ella, es una mujer que lucha sola por su familia, sin esposo, porque el borrachín papá de Betico y de su otro hermanito decidió irse con otra mujer hace ya dos años. Trabaja en un restaurante, barriendo, limpiando mesas, trayendo alimentos, recogiendo sobras y fregando platos y hoy domingo tampoco podrá descansar, porque empieza su turno desde las once de la mañana hasta las once de la noche. Aún queriendo despedir a su pequeño hijo y prepararle algo de comer, el sueño y el cansancio no se lo permiten. (...) Betico trabaja al igual que muchos niños en los mercados móviles. Hoy tiene que caminar un poco más, porque el mercado está en un barrio que le queda relativamente retirado, veinte minutos caminando rápido. Pero son las cuatro de la mañana y ya va tarde." (Vanegas, 1998).

Sólo una historia para reflexionar sobre Cali, la capital de la salsa en el país más feliz del mundo.


Alexandra Castañeda Obando.
Maestra en artes escénicas. Universidad Distrital.
Aspirante al título de Historia. Universidad del Valle.

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