jueves, 5 de julio de 2012

Masculinidad y consumo


Alexandra Castañeda Obando
Maestra en artes escénicas-Universidad Distrital-
Estudiante de Historia de la Universidad del Valle
Informe de investigación para el área de Micro-sociología de la Familia
Dirigido por el docente: Pedro Quintín.



            ¿Cómo se representa la masculinidad desde los consumos personales de la esposa?

El presente informe de investigación plantea una situación donde se pone en debate la masculinidad de un esposo en el marco de los consumo personales de su esposa, mediante un pequeño análisis de caso que se contrasta con un caso tomado de una serie de televisión, haciendo una comparación entre dos construcciones de masculinidad.

Episodio 1. Ellos van al supermercado para comprar el mercado de la semana, a ella le llama la atención el decorado que tiene un nuevo producto, él le dice que deje eso, “Camine que no hay plata”, ella experimenta un sentimiento de frustración e indisposición.

Episodio 2. Ella ha comprado unos sostenes nuevos, de una marca costosa, a pesar de haberlos sufragado con su propio dinero, él le reprocha que ella se gaste el dinero en cosas innecesarias.

Interpretación: Por mucho tiempo las mujeres no manejaban su propio dinero, como se sabe el sistema patriarcal asignó una división sexual del trabajo, donde el hombre estuvo vinculado al dinero como proveedor del hogar y su masculinidad fue construida bajo este paradigma, en tanto, la mujer fue confinada al espacio doméstico dependiendo del dinero que el hombre le traía. Con las transformaciones del siglo XX en esa materia, y en el marco de la economía de mercado, las relaciones de dinero y poder entre los géneros se han transformado, entrando en dialogo lo tradicional con lo moderno, dando a luz nuevas tensiones e incoherencias entre los cónyuges. Yolanda Puyana en su libro “Padres y Madres en cinco ciudades –cambios y permanencias”[1] tipifica 3 tendencias para la familia colombiana, entre ellas, la familia tradicional, la familia en transición y la familia en ruptura. Llama la atención cómo la familia en transición experimenta inconsecuencias entre el discurso y las prácticas, por lo tanto, se mueve alrededor de tensiones y sentimientos de culpa, en torno a asumir lo moderno y/o dejar el pasado.

¿Si los gastos de la esposa no afectan la economía familiar o la del varón específicamente, por qué éste interviene en la forma como ella usa sus propios recursos?
Mientras las mujeres escalan posiciones rápidamente,  hay una masculinidad en tránsito, que intenta adaptarse, como dice Puyana en la familia en transición, lo tradicional está en tensión con lo moderno, en ese sentido, las representaciones tradicionales de lo femenino y lo masculino no han desaparecido por completo, para el caso de la pareja estudiada, ante una mujer que administra sus propios recursos, la masculinidad del esposo se siente puesta en tela de juicio, poniéndose en tensión las huellas de una masculinidad tradicional, con la necesidad de construir una nueva, ante la presencia de  una mujer autónoma económicamente,  como respuesta, él no intenta sufragarla a ella, sino opinar frente a los consumos que ella hace, reclamando una voz de poder en esa relación; en esa intromisión que hace de los consumos de la esposa, invade un espacio personal de ella, donde la esposa tiene la potestad de pensar en sí misma y tomar decisiones sobre su dinero, lo que incluye hacer los consumos que considere pertinentes para su propia satisfacción. La vieja consideración del mercado de consumo de situar uno de sus focos importantes en las mujeres, (artículos cosméticos, ropa, accesorios y los artículos domésticos, estos últimos, cuya publicidad está dirigida sólo a las mujeres), ha construido un imaginario masculino que sanciona una posible conducta compulsiva por parte de las mujeres en torno a este, sea exagerada o no, lo que llama la atención es el lugar de autoridad que se adjudica el varón para calificarlo en la esposa, y decir que tiene demasiadas cosas innecesarias, insinuando que ella no sabe usar el dinero personal, no está preparada para hacerlo. Ella no interviene en los gastos que él hace, tal vez porque dentro del imaginario patriarcal de la familia tradicional, el hombre trabajador y responsable, es correcto, sabe cómo administrar el dinero, es culto, educado, no cae en excesos, en ese orden de oposición, la mujer es emocional, inculta, se deja llevar por sus impulsos, no controla sus excesos, compra demasiado. Además desde el marxismo y el capitalismo, el trabajo estuvo en relación con la producción y la consecuencia de ello es el salario, en ese orden lógico, el trabajo doméstico ha sido invisibilizado, sin que sea considerado trabajo, “las labores domésticas (…) han estado siempre relacionadas de una manera muy peculiar con la economía financiera. Es característico de ellas no crear bienes ni servicios canjeables por dinero en el mercado, sino que suponen gastar dinero en lugar de ganarlo”[2]. En ese sentido, el esposo puede estar asociando aún su esposa al espacio de lo doméstico y por ello, en esa lógica binaria, connotarla más como gastadora que como productora.

Como situación de contraste encontramos dentro de la serie “Amas de casa desesperadas”[3], cómo uno de los esposos de las parejas de la serie le dice a su esposa lo siguiente: “Mi amor quiero que cuando te encuentres con Alfredo Scuela, le menciones disimuladamente ¿Cuánto me costó ese collar que llevas puesto? ella le responde, mejor me cuelgo el precio ¿no?, el esposo responde: Alfredo siempre me cuenta cada cosa que le regala a su esposa.


En este caso el esposo no le reprocha a su esposa sus consumos personales, ella depende económicamente de él, y él exhibe su éxito económico a través de la esposa, el hecho de que ella porte ese collar, le representa un valor simbólico a él, ser respetado, admirado, su masculinidad se reafirma en la apariencia y consumos que haga la esposa. En el caso uno, el hombre no es proveedor económico exclusivo del hogar, su masculinidad está llamada a repensarse desde otros códigos,  sin embargo, para ambos esposos es importante hablarle a la sociedad a través de los consumos personales de la esposa, el primero acude a regañarla públicamente por el deseo de la esposa de comprar un producto, allí reafirma su poder sobre la esposa, sobre lo que ella debe o no echar en la canasta de compras. El primer esposo invade simbólicamente el espacio personal de la esposa, al criticarle sus consumos, el segundo le permite que ella tenga su espacio personal para comprar, porque él ya reafirma su masculinidad en la proveeduría económica y dialogando con la sociedad a través de la exhibición de la esposa. Ambos maridos están permeados  por una masculinidad pensada desde la proveeduría económica, ejercen un control desde diferentes direcciones, mediante la censura, o mediante la presión para que ella dé cuenta de la riqueza del esposo desde sus accesorios personales.


En suma, el llamado sería hacia la construcción de una masculinidad que respete la autonomía de las mujeres, en este caso, respecto del manejo de sus propios recursos, y motivar a las mujeres al empoderamiento de su independencia y poder de decisión. 




[1] PUYANA. Yolanda y MOSQUERA Claudia. “Padres y madres en cinco ciudades-cambios y permanencias”.  Almudena editores. Bogotá Febrero 2003.
[2] LUPTON, Ellen y MILLER, Abbott, “La higiene, la cocina y el mundo de los productos comerciales en los Estados Unidos de principios de siglo” En CRARY, Jonathan, Kwinter Stanford. INCORPORACIONES. Edición en español Cátedra. Madrid 1996.
[3] Serie basada en Desperate Housewifes, Marc Cherry  http://www.youtube.com/watch?v=YxKXeSPUZC4.

1 comentario:

  1. interesante interpretación, formas simbólicas que persisten entre el imaginario y el poder de lo masculino frente a lo femenino.

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