lunes, 12 de noviembre de 2012

INSEGURIDAD, NECESIDAD Y DEPENDENCIA EMOCIONAL


Esta vez voy a escribir en primera persona, porque considero que cualquier interés académico tiene una fuerte carga subjetiva.
Hace poco leí una diapositiva donde decía que los hombres eran de marte y las mujeres de venus, que los hombres requerían ser admirados y las mujeres necesitadas; si bien estas consignas remiten a esencialismos que tenderían a naturalizar ciertos comportamientos, nos otorgan una buena excusa para reflexionar sobre la necesidad de sentirnos necesitadas. 

Considero que la educación de género recibida por muchas de nosotras en la sociedad Colombiana, nos enseñó a ser dependientes, recuerdo haber sido tratada como una muñeca de porcelana, haber heredado el miedo a cualquier tropiezo y haber recibido sobreprotección, crecí con miedo, miedo de caminar sola, y si tienes miedo de valerte por ti misma, significa que requieres de otros para hacerlo, pero si esos otros no están dispuestos, entonces estarás en problemas, ¿cómo lograr que esos otros también requieran de ti? es la pregunta que nos atraviesa; de ahí que inventemos estratagemas para que ellos requieran de nosotras, tal vez utilizando el don de dar vida, quizás recurriendo a manipulación emocional, o haciéndoles saber que eres incondicional, o que tú sólo tú tienes la mejor oferta, que te elija a ti. Y esta cruda necesidad de sentirnos necesitadas nos sumerge en profunda competencia con otros y otras. Con ellas será de ser más bella o por lo menos igual de bella, estar lo más cerca posible de los iconos de la belleza, ser tan sexi como la más sexi, pero saber ser recatada cuando la circunstancia lo amerite, como reza el adagio popular :“Ser una dama en la calle y una puta en la cama”, y ahora aparte de la belleza, en el marco del mundo contemporáneo, como requerimiento se sumará ser la más inteligente, astuta y mejor remunerada de las chicas; a las otras las odiamos, son aliadas a veces, enemigas a veces, son las culpables si nos “quitan el marido”, si son amadas o son despreciadas, siempre culpables; también competimos con las suegras, quienes nos enseñan a cómo atender bien al marido, claro está que con cierto recelo y dejándonos claro, que nunca lo haremos mejor que ellas, ¡por supuesto! y por último, con las mejores amigas que siempre son enemigas potenciales, porque en una ocasión incorrecta podría arrebatarnos a la pareja. Cuidamos de este otro, para no perder de él, cultivamos el sentimiento de que siempre nos necesite.
Con el sexo masculino competimos también un poco, con los amigos de nuestra pareja, porque puede darle malos consejos, acolitarle amoríos, robarnos los momentos compartidos, así, en caso de cualquier desavenencia el responsable no será el implicado con nosotras, sino ese agente externo que influyó sobre el objeto de nuestro amor.

Pero esto no se reduce al ámbito de la pareja, también buscamos la aceptación a grupos sociales más amplios, buscamos ser necesitadas, entonces en lugar de sincerarnos, nos volvemos complacientes, seguimos modas, adoptamos el vocabulario común, y sacrificamos la autenticidad en función del grupo; si bien esto no es algo particular de las mujeres, como mujer, hago el análisis. Pedimos a gritos ser aceptadas, ser necesitadas por el grupo, no sabemos ser autónomas, la soledad la leemos más como un problema que como una oportunidad, hasta se atreven algunos hombres cuando ven a un grupo de mujeres, a exclamar: “¿Por qué tan solitas?”. En medio de un grupo de mujeres, algunos hombres parecen verlas en estado de indefensión, de necesidad constante, sedientas de un macho que llene los vacíos emocionales, parecen ver soledades juntas. ¿Pero por qué los vacíos emocionales de tantas mujeres? ¿Quién inventó el concepto? ¿Quién nos mandó incompletas al mundo? ¿Carentes?
Parece que tendríamos que hacer una arqueología de la cultura y de nuestra biografía, para descubrir en qué momentos se nos hizo propio la inseguridad, la necesidad y la dependencia, a cada minuto tenemos miedo de perder al ser amado, sentimos inseguridad de estar demasiado gordas, o demasiado flacas, feas, pálidas, etc. Nos aferramos a ese ser, nuestro garante es hacerlo lo más dependiente posible, queremos ser su costilla, o mejor, uno de sus pulmones, para que no pueda respirar sin nosotras, entonces volvernos imprescindibles, con ello, parece que hubiésemos ganado el pasaporte al cielo, entonces apelamos a la fuerza ancestral de la sortija matrimonial, que pareciera darnos la plataforma de la seguridad emocional, la familia, el peso de la respetabilidad; aunque estos conceptos pueden sonar anquilosados para muchas, que fortuna que lo sea, creo que para otras trae una fuerza ancestral cuyo estertor inconsciente aún sentimos en nuestras vidas.

Asaltan pensamientos miedosos, inseguridades, depresiones, conflictos, el reto ahora es aceptar que ya fuimos aceptadas, por nuestra madre que decidió traernos a la vida, por las personas que nos recibieron, por la naturaleza que nos ha permitido crecer, que no necesitamos impresionar a nadie, que nuestro cuerpo es símbolo de belleza desde su particularidad étnica, y unicidad, que caminamos bien solas, que podemos desobedecer la moda y ser felices, que no somos perfectas y tenemos el derecho a pensar en sí mismas, antes de salir corriendo a sacrificarnos por otros, que las otras no son enemigas, son mujeres como nosotras luchando contra sus propias inseguridades, y que ese amor ni es príncipe, ni es sapo, que es persona, responsable de cualquier acto que tome y cuyo amor no es el motor de nuestras vidas, es un sentimiento más que nos puede dar alegría, pero que no determina nuestros planes, que también merecemos ser admiradas, por ellos, ellas y sobre todo por nosotras mismas.
Alexandra Castañeda Obando
Maestra en artes escénicas -Universidad Distrital de Bogotá-
Aspirante al Título de Historia -Universidad del Valle-


No hay comentarios:

Publicar un comentario