La libertad es el
resultado del dialogo entre la sociedad y entre nosotrxs mismxs, el grado de libertad social condiciona las
posibilidades de expresión del individuo,
pero no le cercena su capacidad de soñar y su deseo de libertad; somos
fruto de la cultura en la que crecemos, de sus acuerdos y contradicciones, en
medio de ello, hacemos unas elecciones, guiados por nuestra razón e intuición.
Cuando reconocemos
nuestros propios miedos y contradicciones nos acercamos a la libertad, cuando nos
reconocemos vulnerables ante el otro, ante las circunstancias, cuando más
abrumados nos sentimos y somos capaces de mirarnos al espejo y reconocerlo,
empezamos a ser libres.
La esclavitud tiene
su poder en la negación, la negación de nosotros mismos, de nuestras tristezas
y debilidades, cuando pretendemos ser quien realmente no somos, cuando
impostamos una actitud y una verdad ante los otros, que no proviene realmente
de nuestro corazón.
El corazón y la
intuición son un camino de verdad, al que nos han enseñado no escuchar, nos han
enseñado a distraernos de nosotros mismos, a llenarnos de las cosas y no de la
vida, nos han enseñado a hacer ruido
y desperdiciar las palabras, nos han
enseñado a huir del silencio.
Pero el silencio, el
vacio de la nada, de la mente en blanco, el estado de contemplación tiene cosas
para decirnos a nivel espiritual, una hermosa tarde de Bogotá con un sol tímido
y los cerros imponentes tienen cosas para declararnos y en la posibilidad de
permitirnos ese momento, está la libertad
de ser felices.
La verdadera libertad
es aquella que nos permite ser felices con nosotros mismos y todos nuestros
defectos, que nos permite reírnos de ellos, que nos permite aceptar al otro,
como es, no querer cambiarlo, porque reconocemos en él nuestros propios
defectos. La libertad es la que nos permite gozar de las cosas simples en el
aquí y en el ahora y no pretender demasiado para sonreírle a la vida y dar
gracias de estar en este cuerpo.
ALEXANDRA CASTAÑEDA OBANDO