Alexandra Castañeda
Obando
Maestra en artes escénicas-Universidad Distrital-
Estudiante de Historia de la Universidad del Valle
Informe de investigación para el área de Micro-sociología de la Familia
Dirigido por el docente: Pedro Quintín.
¿Cómo se representa la masculinidad
desde los consumos personales de la esposa?
El presente informe de investigación plantea una situación donde se pone en debate la masculinidad de un esposo en el marco de los consumo personales de su esposa, mediante un pequeño análisis de caso que se contrasta con un caso tomado de una serie de televisión, haciendo una comparación entre dos construcciones de masculinidad.
Episodio
1.
Ellos van al supermercado para comprar el mercado de la semana, a ella le llama
la atención el decorado que tiene un nuevo producto, él le dice que deje eso,
“Camine que no hay plata”, ella experimenta un sentimiento de frustración e
indisposición.
Episodio
2.
Ella ha comprado unos sostenes nuevos, de una marca costosa, a pesar de haberlos
sufragado con su propio dinero, él le reprocha que ella se gaste el dinero en
cosas innecesarias.
Interpretación:
Por
mucho tiempo las mujeres no manejaban su propio dinero, como se sabe el sistema
patriarcal asignó una división sexual del trabajo, donde el hombre estuvo
vinculado al dinero como proveedor del hogar y su masculinidad fue construida
bajo este paradigma, en tanto, la mujer fue confinada al espacio doméstico
dependiendo del dinero que el hombre le traía. Con las transformaciones del
siglo XX en esa materia, y en el marco de la economía de mercado, las
relaciones de dinero y poder entre los géneros se han transformado, entrando en
dialogo lo tradicional con lo moderno, dando a luz nuevas tensiones e
incoherencias entre los cónyuges. Yolanda Puyana en su libro “Padres y Madres
en cinco ciudades –cambios y permanencias”[1]
tipifica 3 tendencias para la familia colombiana, entre ellas, la familia
tradicional, la familia en transición y la familia en ruptura. Llama la
atención cómo la familia en transición experimenta inconsecuencias entre el
discurso y las prácticas, por lo tanto, se mueve alrededor de tensiones y
sentimientos de culpa, en torno a asumir lo moderno y/o dejar el pasado.
¿Si los gastos de la
esposa no afectan la economía familiar o la del varón específicamente, por qué
éste interviene en la forma como ella usa sus propios recursos?
Mientras las mujeres
escalan posiciones rápidamente, hay una
masculinidad en tránsito, que intenta adaptarse, como dice Puyana en la familia
en transición, lo tradicional está en tensión con lo moderno, en ese sentido, las
representaciones tradicionales de lo femenino y lo masculino no han desaparecido
por completo, para el caso de la pareja estudiada, ante una mujer que
administra sus propios recursos, la masculinidad del esposo se siente puesta en
tela de juicio, poniéndose en tensión las huellas de una masculinidad
tradicional, con la necesidad de construir una nueva, ante la presencia de una mujer autónoma económicamente, como respuesta, él no intenta sufragarla a
ella, sino opinar frente a los consumos que ella hace, reclamando una voz de poder
en esa relación; en esa intromisión que hace de los consumos de la esposa,
invade un espacio personal de ella, donde la esposa tiene la potestad de pensar
en sí misma y tomar decisiones sobre su dinero, lo que incluye hacer los
consumos que considere pertinentes para su propia satisfacción. La vieja
consideración del mercado de consumo de situar uno de sus focos importantes en
las mujeres, (artículos cosméticos, ropa, accesorios y los artículos domésticos, estos últimos, cuya publicidad está dirigida sólo a las mujeres), ha construido un imaginario
masculino que sanciona una posible conducta compulsiva por parte de las mujeres
en torno a este, sea exagerada o no, lo que llama la atención es el lugar de
autoridad que se adjudica el varón para calificarlo en la esposa, y decir que
tiene demasiadas cosas innecesarias, insinuando que ella no sabe usar el dinero
personal, no está preparada para hacerlo. Ella no interviene en los gastos que
él hace, tal vez porque dentro del imaginario patriarcal de la familia
tradicional, el hombre trabajador y responsable, es correcto, sabe cómo
administrar el dinero, es culto, educado, no cae en excesos, en ese orden de
oposición, la mujer es emocional, inculta, se deja llevar por sus impulsos, no
controla sus excesos, compra demasiado. Además desde el marxismo y el
capitalismo, el trabajo estuvo en relación con la producción y la consecuencia
de ello es el salario, en ese orden lógico, el trabajo doméstico ha sido
invisibilizado, sin que sea considerado trabajo, “las labores domésticas (…)
han estado siempre relacionadas de una manera muy peculiar con la economía
financiera. Es característico de ellas no crear bienes ni servicios canjeables
por dinero en el mercado, sino que suponen gastar dinero en lugar de ganarlo”[2].
En ese sentido, el esposo puede estar asociando aún su esposa al espacio de lo
doméstico y por ello, en esa lógica binaria, connotarla más como gastadora que
como productora.
Como situación de
contraste encontramos dentro de la serie “Amas de casa desesperadas”[3],
cómo uno de los esposos de las parejas de la serie le dice a su esposa lo
siguiente: “Mi amor quiero que cuando te encuentres con Alfredo Scuela, le
menciones disimuladamente ¿Cuánto me costó ese collar que llevas puesto? ella
le responde, mejor me cuelgo el precio ¿no?, el esposo responde: Alfredo
siempre me cuenta cada cosa que le regala a su esposa.
En este caso el esposo no le reprocha a su esposa sus consumos personales, ella depende económicamente de él, y él exhibe su éxito económico a través de la esposa, el hecho de que ella porte ese collar, le representa un valor simbólico a él, ser respetado, admirado, su masculinidad se reafirma en la apariencia y consumos que haga la esposa. En el caso uno, el hombre no es proveedor económico exclusivo del hogar, su masculinidad está llamada a repensarse desde otros códigos, sin embargo, para ambos esposos es importante hablarle a la sociedad a través de los consumos personales de la esposa, el primero acude a regañarla públicamente por el deseo de la esposa de comprar un producto, allí reafirma su poder sobre la esposa, sobre lo que ella debe o no echar en la canasta de compras. El primer esposo invade simbólicamente el espacio personal de la esposa, al criticarle sus consumos, el segundo le permite que ella tenga su espacio personal para comprar, porque él ya reafirma su masculinidad en la proveeduría económica y dialogando con la sociedad a través de la exhibición de la esposa. Ambos maridos están permeados por una masculinidad pensada desde la proveeduría económica, ejercen un control desde diferentes direcciones, mediante la censura, o mediante la presión para que ella dé cuenta de la riqueza del esposo desde sus accesorios personales.
En suma, el llamado sería hacia la construcción de una masculinidad que respete la autonomía de las mujeres, en este caso, respecto del manejo de sus propios recursos, y motivar a las mujeres al empoderamiento de su independencia y poder de decisión.
[1] PUYANA. Yolanda y MOSQUERA
Claudia. “Padres y madres en cinco ciudades-cambios y permanencias”. Almudena editores. Bogotá Febrero 2003.
[2] LUPTON, Ellen y MILLER, Abbott,
“La higiene, la cocina y el mundo de los productos comerciales en los Estados
Unidos de principios de siglo” En CRARY, Jonathan, Kwinter Stanford.
INCORPORACIONES. Edición en español Cátedra. Madrid 1996.
[3] Serie basada en Desperate
Housewifes, Marc Cherry http://www.youtube.com/watch?v=YxKXeSPUZC4.
interesante interpretación, formas simbólicas que persisten entre el imaginario y el poder de lo masculino frente a lo femenino.
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