A continuación compartimos el siguiente artículo publicado desde la red @HEROINASS, el 24 octubre de 2012, y cuya autora es la antropóloga Mexicana y especialista en género Marcela Lagarde. Esperamos seguir contribuyendo a la reflexión, el debate y la nueva construcción cultural.
Cuidar es en el momento actual, el verbo más necesario
frente al neoliberalismo patriarcal y la globalización inequitativa. Y,
sin embargo, las sociedades actuales,como muchas del pasado, fragmentan
el cuidado y lo asignan como condición natural a partir de las
organizaciones sociales: la de género, la de clase, la étnica, la nacional y
la regional-local.
Así, son las mujeres quienes cuidan vitalmente a los otros
(hombres, familias, hijas e hijos, parientes, comunidades, escolares,
pacientes, personas enfermas y con necesidades especiales, al electorado,
al medio ambiente y a diversos sujetos políticos y sus causas). Cuidan su
desarrollo, su progreso, su bienestar, su vida y su muerte. De forma
similar, mujeres y hombres campesinos cuidan la producción y la tierra y las
y los obreros la producción y la industria, la burguesía cuida sus
empresas y sus ganancias, el libre mercado y hasta la democracia exportada
a países ignorantes.
La condición de cuidadoras gratifica a las mujeres afectiva
y simbólicamente en un mundo gobernado por el dinero y la valoración
económica del trabajo y por el poder político. Dinero, valor y poder son
conculcados a las cuidadoras. Los poderes del cuidado, conceptualizados en
conjunto como maternazgo, por estar asociados a la maternidad, no sirven a
las mujeres para su desarrollo individual y moderno y tampoco pueden ser
trasladados del ámbito familiar y doméstico al ámbito del poder
político institucional.
La fórmula enajenante asocia a las mujeres cuidadoras otra
clave política: el descuido para lograr el cuido. Es decir, el uso del
tiempo principal de las mujeres, de sus mejores energías vitales, sean
afectivas, eróticas, intelectuales o espirituales, y la inversión de sus
bienes y recursos, cuyos principales destinatarios son los otros. Por eso,
las mujeres desarrollamos una subjetividad alerta a las necesidades de los
otros, de ahí la famosa solidaridad femenina y la abnegación relativa de
las mujeres. Para completar el cuadro enajenante, la organización genérica
hace que las mujeres estén políticamente subsumidas y subordinadas a los
otros, y jerárquicamente en posición de inferioridad en relación a la supremacía
de los otros sobre ellas.
Las transformaciones del siglo XX reforzaron para millones
de mujeres en el mundo un sincretismo de género: cuidar a los otros a la
manera tradicional y, a la vez, lograr su desarrollo individual para
formar parte del mundo moderno, a través del éxito y la competencia. El
resultado son millones de mujeres tradicionales-modernas a la vez. Mujeres
Atrapadas en una relación inequitativa entre cuidar y desarrollarse.
La cultura patriarcal que construye el sincretismo de género
fomenta en las mujeres la satisfacción del deber de cuidar, convertido en
deber ser ahistórico natural de las mujeres y, por tanto, deseo propio y,
al mismo tiempo, la necesidad social y económica de participar en procesos
educativos, laborales y políticos para sobrevivir en la sociedad
patriarcal del capitalismo salvaje.
Así, el deseo de las mujeres es contradictorio: lo configura
tal sincretismo.
Los hombres contemporáneos no han cambiado lo suficiente
como para modificar ni su relación con las mujeres, ni su posicionamiento
en los espacios domésticos, laborales e institucionales. No consideran
valioso cuidar porque, de acuerdo con el modelo predominante, significa
descuidarse: Usar su tiempo en la relación cuerpo a cuerpo, subjetividad a
subjetividad con los otros. Dejar sus intereses, usar sus
recursos subjetivos y bienes y dinero, en los otros y, no aceptan
sobretodo dos cosas: dejar de ser el centro de su vida, ceder ese espacio
a los otros y colocarse en posición subordinada frente a los otros. Todo
ello porque en la organización social hegemónica cuidar es ser inferior.
Algunas tendencias minoritarias se abren paso pero incluso
hombres que se pronuncian por relaciones equitativas están más dispuestos
a ser amables con las mujeres o sumarse al algunas de las causas políticas
del feminismo, que a hacer política feminista.
El cuidado pues está en el
centro de las contradicciones de género
entre mujeres y hombres y, en la sociedad en la
organización antagónica entre sus espacios. El cuidado como deber de género
es uno de los mayores obstáculos en el camino a la igualdad por su
inequidad. De ahí que, si queremos enfrentar el capitalismo salvaje y
su patriarcalismo global, debemos romper con la naturalidad del cuidado
por género, etnia, clase, nación o posición relativa en la globalización.
El feminismo del siglo XX ha realizado la crítica del modelo
“superwoman” y ha denunciado la explotación de las mujeres a través
del trabajo invisible y de la desvalorización de muchas de sus
actividades, incluso del trabajo asalariado, de la relativa exclusión de
la política y de la ampliación de una cultura misógina simbólica
e imaginaria. Ha logrado llevar a la agenda de las necesidades sociales,
la violencia contra las mujeres y ha realizado pequeñas modificaciones
jurídicas y legislativas en el Estado. Algunas corrientes contemporáneas ya no
reiteran la desigualdad ni la violencia de género y, en cambio acuerdan
con la igualdad entre mujeres y hombres y por un mundo equitativo.
Sin embargo, nos queda por desmontar el deber ser, el deber
ser cuidadoras de las mujeres, la doble jornada y la doble vida
resultante. Y eso significa realizar cambios profundas en la organización
socioeconómica: en la división del trabajo, en la división de los
espacios, en el monopolio masculino del dinero, los bienes económicos, y en
la organización de la economía, de la sociedad y del Estado. El panorama
se vuelve complejo si se traslada el análisis con perspectiva de género a
las relaciones entre clases sociales y entre países, por ejemplo entre
países del norte y del sur, entre los 21 y los otros, etcétera.
Se requieren a la vez, cambios profundos en las
mentalidades. Es extraordinario observar cómo la mayoría de las
mujeres, aún las escolarizadas y modernas, las políticas y participativas,
las mujeres que generan ingresos o tienen poderes sociales diversos,
aceptan como un destino, con sus modalidades, la
superwomen– empresarial, indígena, migrante, trabajadora, obrera. Con esa subjetividad de las mujeres subordinada a la
organización social, a las instituciones como la familia, la iglesia y el
Estado, y a los hombres, no estaremos en condiciones de desmontar la
estructura sincrética de la condición de la mujer, imprescindible
para eliminar las causas de la enajenación cuidadora y dar paso a
las gratificaciones posibles del cuidado.
La vía imaginada por las feministas y las socialistas
utópicas desde el siglo XIX y puesta en marcha
parcialmente en algunas sociedades tanto capitalistas
como socialistas y tanto en países del primer y del tercer mundo, ha sido
la socialización de los cuidados, conceptualizada como la socialización
del trabajo doméstico y de la transformación de algunas actividades
domésticas, familiares y privadas en públicas.
Haberlo hecho ha significado mejoría para la vida de las
mujeres, liberación de tiempo para el desarrollo personal, la formación,
el arte, el amor y las pasiones, la amistad, la política, el ocio,
la diversión, el deporte y el autocuidado, incluso, una mejoría en
la calidad de vida y en la autoestima. Es evidente el desarrollo social,
cultural y político de las sociedades que así se han estructurado.
Una de las mayores pérdidas de las mujeres de los países que
antes fueron socialistas y se han convertido de manera drástica al
capitalismo en tiempos neoliberales ha sido la de el sustento social que
significaba el Estado social para sus vidas. En la actualidad han vuelto a
ser su responsabilidad un conjunto de actividades que la
transformación socioeconómica ha tornado domésticas, privadas y femeninas.
Y lo mismo está sucediendo aún en países capitalistas de alto y medio
desarrollo en los cuales se ha adelgazado al Estado de una manera
violatoria de los derechos sociales construidos con muchos esfuerzos en
gran medida por los movimientos socialistas, obrero y feminista.
La alternativa feminista contemporánea que se abre paso en
gran parte del mundo en el siglo XXI tiene sus ojos puestos en la crítica
política de la globalización dominada por el neoliberalismo patriarcal de
base capitalista depredadora. La opción que busca avanzar en el desarrollo
de un nuevo paradigma histórico cuya base sea un tejido social y un modelo
económico que sustente el bienestar de las mayorías, hoy excluidas,
marginadas, expropiadas, explotadas y violentadas.
Pensamos que sólo una alternativa de este tipo será
benéfica para la mayoría de las mujeres, sus otros próximos, sus
comunidades y las regiones y los países en que viven.
Estas transformaciones de género están circunscritas e
íntimamente ligadas a transformaciones equitativas de clase, étnicas y
nacionales, enmarcadas en la construcción de naciones con derecho al
desarrollo sustentable y en una globalización solidaria y democrática.
De no articularse las transformaciones de género con estas
últimas pueden observarse distorsiones significativas como las que se dan
en la actualidad: mujeres dotadas de recursos y derechos de género que son
ciudadanas de naciones hegemónicas, militaristas y depredadoras de otras
naciones y pueblos donde habitan mujeres con las que se identifican en la
construcción de sus derechos y oportunidades.
También hay hombres cuya identidad es la de ser avanzados,
democráticos y progresistas que no consideran importante la emancipación
de las mujeres. Estados que colocan a las mujeres entre los grupos vulnerables
y no las miran como sujetos políticos. Países en los que, a través de las acciones
afirmativas, por ejemplo las cuotas, todavía negociamos el grado de
exclusión política de las mujeres, y se consideran democráticos. Mujeres
que piensan que ya lograron todas las metas de transformación de género y
no se percatan que “el género” es su categoría social y a ella pertenece
la mayoría pobre y cuidadora del mundo: las mujeres.
Por eso, la otra dimensión de esta alternativa feminista es
el empoderamiento de las mujeres como producto de la construcción de
un nuevo paradigma histórico. El empoderamiento es el conjunto de cambios
de las mujeres en pos de la eliminación de las causas de la opresión,
tanto en la sociedad como, sobre todo, en sus propias vidas.
Dichos cambios que abarcan desde la subjetividad y la
conciencia, hasta el ingreso y la salud, la ciudadanía y los derechos
humanos, generan poderes positivos, poderes personales y colectivos. Se
trata de poderes vitales que permiten a las mujeres hacer uso de los
bienes y recursos de la modernidad indispensables para el
desarrollo personal y colectivo de género en el siglo XXI.
Todos esos poderes se originan en el acceso a oportunidades,
a recursos y bienes que mejoran la calidad de vida de las mujeres,
conducen al despliegue de sus libertades y se acompañan de la solidaridad
social con las mujeres. La participación directa de las mujeres en la
transformación de su mundo y de sus vidas es fundamental y conduce también
a la construcción de un mayor poder político y cultural de las mujeres
que crean vías democratizadoras para la convivencia social.
El cuidado, ha dejado de ser para otros y se ha centrado en
las mujeres mismas. La sociedad, en un compromiso inédito cuida a las
mujeres, es decir, impulsa su desarrollo y acepta y protege su
autonomía y sus libertades vitales. En ellas va incluida la libertad de
elecciones vitales, de actividades, dedicación e identidad: Es el fin del
cuidado como deber ser, como identidad.
En el siglo XXI ha de cambiar el sentido del cuidado. Hemos
afirmado muchas veces que se trata de maternizar a la sociedad y
desmaternizar a las mujeres. Pero ese cambio no significará casi nada si
no se apoya en la transformación política más profunda: la eliminación de
los poderes de dominio de los hombres sobre las mujeres y de la violencia
de género, así como de la subordinación de las mujeres a los hombres y a
las instituciones. Es decir, el empoderamiento de las mujeres es un mecanismo
de equidad que debe acompañarse con la eliminación de la supremacía de
género de los hombres, la construcción de la equidad social y la
transformación democrática del Estado con perspectiva de género.
Para la mayor parte de las corrientes feministas
contemporáneas la articulación de lo personal con lo social, lo local y lo
global conforma la complejidad de nuestro esfuerzo.
La idea fuerza en torno al cuidado es la valoración de la
dimensión empática y solidaria del cuidado que no conduce al descuido ni
está articulado a la opresión.
De ahí la contribución de las feministas: primero, al
visibilizar y valorar el aporte del cuidado de las mujeres al desarrollo y
el bienestar de los otros; segundo, con la propuesta del reparto
equitativo del cuidado en la comunidad, en particular entre mujeres y
hombres, y entre sociedad y Estado. Y, tercero, la resignificación
del contenido del cuidado como el conjunto de actividades y el uso de
recursos para lograrque la vida de cada persona, de cada mujer, esté basada en
la vigencia de sus derechos humanos. En primer término, el derecho a la
vida en primera persona.
Marcela Lagarde, Ciudad de México, Septiembre del 2003
Articulo en pdf: http://webs.uvigo.es/pmayobre/textos/marcela_lagarde_y_de_los_rios/mujeres_cuidadoras_entre_la_obligacion_y_la_satisfaccion_lagarde.pdf